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Los Encuentros de Escritores de Concepción hoy suenan a leyenda y, por su magnitud, parecen inconcebibles. Bajo la acaso extinta vocación del diálogo, fueron convocados en 1958, 1960, 1962, en Chillán y Concepción (la provincia engrandecida, otro signo sorprendente) destacados representantes de las letras nacionales y americanas. De la «casa América» –como diría el poeta Gonzalo Rojas, su visionario gestor– acudieron escritores de la talla de José María Arguedas, Alejo Carpentier, Thiago de Mello, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, Claribel Alegría, Mariano Picón-Salas, Ernesto Sábato, Lawrence Ferlinguetti, Allen Ginsberg, por nombrar a algunos. Y de nuestra casa: Nicanor Parra, Jorge Millas, Braulio Arenas, Pablo Neruda, José Donoso, Volodia Teitelboim, Marta Brunet, Claudio Giaconi, Miguel Arteche, Jorge Edwards, Luis Oyarzún, entre muchos otros. Todos, como diría Ricardo Latcham al referirse a estos Encuentros, sobre el tablado de la cordialidad, la comprensión y la tolerancia, “hasta un extremo que suscita admiración y hace concebir grandes y nobles ilusiones”.
El interés y la voluntad puestos al servicio del mejoramiento de nuestra realidad y del incremento de la libertad, eran anhelos expresados y cumplidos en los Encuentros de Escritores, tras los cuales, afirma Fabienne Bradu, “ni la literatura ni el país fueron exactamente los mismos”. Conocedora de la obra de Gonzalo Rojas, con esta publicación Bradu cumple un compromiso pendiente: la difusión y publicación del material producido en dichos encuentros. “¿Cuál fue el origen de estos encuentros?”, se pregunta y responde sin vacilar el poeta Gonzalo Rojas: “un salto. Un salto hasta el descubrimiento de nuestro propio ser”; un salto que entonces cambió nuestra aldea.
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