El lenguaje, nos dice la poesía de Jorge Cid, es contaminación. Las verdaderas lenguas poéticas no son nunca “limpias”. No hay comunicación poética que no esté infestada por el deseo de destrenzar las ataduras verbales, de trizarlas para encontrar en las fisuras nuevas imágenes del otro y de lo otro, negadas una y otra vez por las voces canonizadas del poder.